
Las calles de Los Ángeles se llenaron hasta donde alcanzaba la vista. Miles de personas caminaron juntas, cantaron, gritaron y resistieron. Era 14 de junio: cumpleaños de Donald Trump. Pero en lugar de celebrarlo, la ciudad respondió con un mensaje claro y contundente: aquí no hay reyes. No Kings.
Lo que se vivió ese día fue histórico. Gente de todas las edades, razas y orígenes se unió en defensa de los derechos humanos, de la democracia y de la dignidad. No se trató de un simple mitin político: fue una declaración colectiva de hartazgo, de rabia y de amor por un país que muchos sienten cada vez más lejano.
¿Qué llevó a este momento?
Las políticas de Trump han dejado cicatrices profundas. Desde redadas ilegales de ICE hasta ataques directos contra comunidades migrantes, ha creado un clima de miedo, división y odio. Ha burlado los pesos y contrapesos del sistema democrático, se ha retratado a sí mismo como un rey usando imágenes generadas por IA, y ha alimentado un culto a la personalidad que recuerda a las dictaduras más oscuras de la historia.
Mientras algunos se burlan del nombre de la protesta diciendo que “nadie lo llama rey”, los hechos cuentan otra historia. Sus seguidores lo idolatran, buscan reelegirlo incluso después de perder en 2020 y hablan de él como si fuera intocable. Eso no es democracia. Eso es peligroso. Eso es inaceptable.
¿Quiénes estuvieron ahí?
Había madres con niños, jóvenes con pancartas, abuelas con banderas, músicos, artistas, activistas y políticos. Entre ellos, Maxine Waters, quien alzó un cartel que decía “Rechaza el fascismo”.
También estuvo presente Tom Morello, guitarrista de Rage Against the Machine, quien alzó la voz: “Fuck Trump. Fuck fascism. Hoy ustedes mostraron que esta tierra es nuestra”. A su lado, la banda Ozomatli canceló su concierto para presentarse en la protesta, demostrando que la lucha va más allá de la música.
¿Qué se vio?
Había piñatas de Trump, banderas mexicanas junto a banderas de Estados Unidos, carteles que lo retrataban como diablo o como bebé.
También se podía ver una enorme réplica de la Constitución de Estados Unidos, donde cientos firmaban con esperanza. Se escuchaban canciones clásicas mexicanas, punk, hip hop y por supuesto, “Fuck Donald Trump”.
La mezcla cultural era impresionante. Ser estadounidense, para muchos de los presentes, significa luchar por el país que les prometieron: uno de libertad, diversidad y justicia. No uno de odio, persecución y racismo. Varios asistentes ondeaban la bandera estadounidense con orgullo, a pesar de que otros los critican por no hacerlo. Pero su presencia lo decía todo: están aquí porque creen en este país. Porque lo aman. Porque quieren quedarse.
¿Y la violencia?
No hubo disturbios, como algunos medios o críticos quieren hacer creer. Fue una protesta pacífica, llena de baile, música y unidad. Claro, hubo provocadores. Hubo quienes intentaron causar problemas o hacer grafitis sin permiso, algunos incluso ni siquiera eran latinos. Pero los mismos manifestantes intervinieron para mantener el orden. Porque sabían lo que estaba en juego. Porque esto no era un desmadre: era una lucha seria por el futuro.
¿Por qué importa?
Hay quienes dicen que las protestas no cambian nada. Que no sirven. Pero se equivocan. Protestar es ejercer un derecho constitucional. Es lo que ha llevado a cambios como el voto femenino, los derechos civiles y las protecciones laborales. Hay países donde ni siquiera puedes salir a marchar sin ser encarcelado o asesinado. Aquí aún se puede, aunque cada vez con más obstáculos. Aunque Trump quiera quitarnos ese derecho.
Este movimiento no es solo sobre inmigrantes. Es sobre todos. Porque lo que está en riesgo es la democracia misma. Y porque quienes están en el poder están usando a los migrantes como chivos expiatorios, tal como pasó en otras épocas oscuras de la historia. No es exageración: es una alerta.
¿Y ahora qué?
Ahora toca seguir. Votar. Informarse. Hablar con la familia. Salir a las calles cuando sea necesario. No quedarse callado. Cada acción suma. Cada voz cuenta. Y la historia recordará quién estuvo del lado correcto.
Lo que pasó el 14 de junio en Los Ángeles no fue solo una protesta. Fue un grito. Fue una promesa. Fue una advertencia.
Aquí no hay reyes. Aquí manda el pueblo.